DÍA 41 Y 42: TIRÁNDOME A LA PISCINA LLENA DE BARRO
A LA CAZA DEL TESORO
Un tesoro oculto en el fondo de una piscina fangosa y embarrada se halla.
Quien quiera oro y riqueza que se lance directo de cabeza
y buce entre tierra viscosa,
adentrándose en sus profundidades ocultas
veladas a los ojos de los que habitan su superficie limpia, agradable y de pulcritud impecable.
Inmersa en la búsqueda y captura de ese valioso cofre dorado y de valor incalculable,
me decido a mezclarme con la tierra sucia,
y a manchar mi piel de color ocre polvoreado, tacto grumoso, y densidad espesa,
que tiende más a la compacidad que al líquido fluido y maleable,
mientras mi cuerpo se esfuerza por adentrarse un poco más profundo hasta alcanzar el fondo de este aparente abismo.
Y allí mismo en tierra de nadie, desconocida para los ojos de los mortales,
busco otra vez, con ahinco nuevo y esfuerzo redoblado, escudriñando la oscuridad de su fondo sólido
hasta encontrar señal alguna de hendidura cavada para el depósito,
en consigna temporal, de esa arca sagrada y en estima alta,
hasta que algún humano la logre desentrañar y devolver al plano de realidad mortal.
Y así es que decido saltar, si no de cabeza, al menos sí de cuerpo entero,
en medio de esta descomunal piscina de fango
cuyo fondo nadie ha sido capaz de descifrar.
Por lo que ahora indago, navego, nado y buceo entre arenas y líquidos unidos,
creando un nuevo elemento fangoso y grumoso,
de tacto poco delicado y agradable, pero cuyas profundidades guardan un tesoro de valor incalculable.
Tesoro que yo algún día lograré recuperar y regresar a la luz de una superficie mortal.